Encuentro en el Bar de Las Américas – Leyendas Tachirenses
08/03/2024
En las tranquilas calles de Rubio, Marisa, una joven alegre y deportista, encontraba su felicidad pedaleando alrededor del Rotary Club. Una noche, su camino se cruzó con el de Gerardo en el Bar de Las Américas, donde una fiesta pregraduación estaba en pleno apogeo. Entre risas y bailes, surgió un romance entre ellos que parecía destinado a perdurar. A continuación, la leyenda: Encuentro en el Bar de Las Américas.
Encuentro en el Bar de Las Américas
Marisa, una joven llena de alegría y aficionada al deporte, recorría los alrededores de la plaza del Rotary Club de Rubio en bicicleta. En una noche, conoció a Gerardo y se enamoró.
Un grupo de estudiantes salió un sábado, antes de las vacaciones de Navidad. Organizaron una fiesta de celebración pregraduación en el Bar de Las Américas. Después de las siete de la tarde, comenzaron a llegar chicos y chicas. Pronto, la fiesta cobró vida y múltiples parejas bailaban en la pista.
Gerardo, un joven de ascendencia oriental, paseaba de mesa en mesa, conversando y haciendo bromas. Finalmente, se sentó en un rincón y charlaba animadamente. A su lado, una joven de ojos color miel y cabello castaño. De vez en cuando, bailaban juntos y él, feliz, hacía movimientos y pasos que asombraban a sus amigos, quienes lo consideraban reservado. Bailaba con soltura o estrechamente, se desplazaba de un lado a otro y parecía conquistar a alguien. Sus amigos pensaban que estaba ebrio, quizás Gerardo había bebido demasiado, por eso hablaba solo, gesticulaba y bailaba; no se daban cuenta de la presencia de la hermosa joven que lo acompañaba.
A las tres de la mañana, dejó a un lado a la chica y les dijo a sus amigos:
– Ahora regreso, voy a acompañar a Marisa a su casa. No me tardo mucho, esperen por mí.
Sus amigos pensaron que estaba borracho y rieron. Él abrazó a Marisa y salieron del lugar.
Caminaron tomados de la mano en ocasiones, en otras se abrazaban, cruzaron Rubio hasta llegar a la pequeña plaza del Rotary. Se besaron repetidamente y él, caballeroso, se quitó el saco y se lo ofreció a Marisa para protegerla del frío. Se despidieron con un ¡hasta mañana, mi amor! y Gerardo regresó al grupo donde estaban sus amigos.
Al verlo llegar, le hicieron bromas y él sonreía lleno de felicidad. Se había enamorado.
El domingo después del almuerzo, decidió visitar a su amada.
Con grandes pasos, recorrió las calles de Rubio hasta llegar a la plaza del Rotary Club. Decidido, se dirigió a la casa y tocó el timbre. A los pocos minutos, una mujer de mediana edad abrió la puerta.
– ¡Buenas tardes! – dijo.
– Buenas tardes, joven, ¿qué desea?
– ¿Está Marisa?
– ¡Marisa! – exclamó la mujer sorprendida.
– Sí, Marisa, ¿ella vive aquí, verdad?
– Por favor, pase y siéntese, ya vuelvo – y se internó en la casa.
– ¿Es ella?
– Sí, por favor, llámela.
– Lo siento, joven, pero no puedo llamarla. Ella no está.
– Imposible, anoche la dejé aquí, nos despedimos en la puerta.
– No, no está – y comenzó a llorar.
Gerardo, inquieto, preguntó:
– ¿Qué pasa? Me parece muy extraño que Marisa no esté en casa si la acompañé hace unas horas. Por el camino me dijo que tenía frío, me quité el saco y se lo di. ¿Le pasó algo?
– Tranquilícese, joven, escuche con calma lo que le voy a decir... Mi hija Marisa ya no está en este mundo. Murió atropellada por un automóvil mientras paseaba en bicicleta por los alrededores de la plaza.
– ¿Dice que murió? – balbuceó Gerardo, impresionado. ¡No puede ser!
– Sí, acompáñeme al cementerio y visitaremos su tumba.
Seguidamente, se levantaron y caminaron hasta llegar a la cuesta del cementerio. Gerardo seguía a la madre de Marisa como si estuviera sonámbulo. La impresión recibida fue tan grande que no podía reaccionar, no salía del estupor, creía estar soñando.
La mujer se detuvo al final de un sendero. Y allí, sobre una tumba de mármol blanco, estaba su chaqueta.
– ¡Esta es la tumba!
– Sí – dijo Gerardo, como si estuviera ausente. Fijó sus ojos en la lápida y al ver que sobre ella estaba su chaqueta, exclamó horrorizado: – ¡No puede ser...! ¡No puede ser! ¡Pero es mi chaqueta! ¡Marisa..., Marisa! – Retrocedió y cayó desmayado.
Toda la ciudad conoció la historia y hasta los periódicos locales comentaron el romance de Gerardo y Marisa.
Han pasado los años y Gerardo sigue amando a Marisa. En su locura, repite su nombre y sonríe.
Fuentes:
- Pasatiempos.wordpress
- Leyendas del Táchira (Lolita Robles de Mora)
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